En tus manos, Señor, pongo mi
vida.
Dios mío, en Ti confío.
No quedaré defraudado.
Estoy amenazado por el mal y
me siento frágil.
¿Qué puedo hacer ante la
suficiencia
de quienes prescinden de Ti?
¿Qué puedo hacer
con el poder del pecado que
me tiene?
Estoy amenazado, acosado por
mí mismo,
por mi orgullo y mi angustia,
mi vanidad, mi necesidad de
autoafirmación.
Soy como un árbol herido,
carcomido por dentro.
Pero Tú, Señor, eres mi
esperanza.
Y nada ni nadie ni yo mismo
podremos contra Ti,
el Dios fiel, poderoso
salvador.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme con tu Espíritu de
verdad.
Hazme dócil y leal a tu luz,
pues sólo Tú, Dios mío,
conoces mi corazón
y sondeas mis últimas
intenciones.
Recuerda, Señor,
que tu ternura y tu
misericordia son eternas.
Recuerda que soy tu criatura,
Recuerda mi existencia
amenazada.
Mírame con misericordia,
Señor,
justifícame con tu gracia,
Desenmascárame. Padre mío,
Pero hazlo con infinita
bondad,
rompiendo mis defensas
con la suavidad de tu amor.
Humildad y autenticidad se conectan
íntima y profundamente. Con relación a Dios son la parte del trabajo que nos
toca. La humildad implica aceptar mi realidad limitada y conlleva autenticidad
para afrontarla sin utilizar a Dios como parapeto para eludir mis asignaturas
pendientes.
(Carta de Asís 30)