¡No! La sangre la querían los
verdugos, los que no querían el evangelio anunciado por Jesús.
No encuentro otra respuesta que la confianza de Jesús
mismo en el Padre, y lo cierto es que el Padre le resucitó de entre los
muertos.
Porque el sufrimiento del justo no nos es tan ajeno y la sensación de fracaso de
algunas veces, cuando no nos acompañan los resultados tampoco nos es
desconocida,...Porque nada de este misterio nos es ajeno, adentrémonos esta
Semana Santa en el misterio de Cristo; un océano de dolor y de amor. Que sea
una Semana Santa com-pasiva, empática, comprometida y viva. Y para ello:
Bebamos su mismo cáliz de
obediencia a lo que Dios quiera de nuestra vida.
Actualicemos
comulgando y asumiendo la pasión del mundo.
Y todo ello en comunidad y renovando la
esperanza.
Y así nosotros,
el domingo, también seremos testigos de unos lienzos y de un sepulcro vacío.