“Y, dondequiera que estén y
se encuentren unos con otros los hermanos, muéstrense mutuamente familiares
entre sí. Y manifiesten confiadamente el uno al otro su necesidad, porque si la
madre nutre y ama a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno amar
y cuidar a su hermano espiritual?” (San
Francisco)
La preocupación de Francisco no fue el cuidado material de sí
mismo; ni quiso que ése fuera el afán de sus hermanos. Sabía que el secreto del
cuidado de sí mismo está en abandonarlo en otras manos. Primero, dejarlo con
confianza en las anchas manos del Señor, que bendice y cuida: “el Señor te bendiga y te guarde”. Y,
luego, también con humildad y cariño, dejar el cuidado de uno mismo en las
pequeñas manos de los hermanos. Por eso pide a sus hermanos que cuando tengan
una necesidad recurran unos a otros, como un hijo acude a su madre, con
familiaridad. No cuidarse cada uno a sí mismo, ni arreglárselas cada uno por su
cuenta, sino acogerse al amor fraterno. De este modo recibimos infinitamente
más, pues en ese cuidado fraterno se encarna el cuidado, el amor y la bendición
del Señor. (Carta de Asís)