Nadie puede optar
por el Reino al modo de Francisco si su fe está pendiente de lo que ha dejado
atrás o de sus miedos, calculando sus posibilidades. Es necesario haber experimentado
el carácter totalizante del seguimiento de Jesús y la fidelidad del Padre, que
nos amó primero, y la fuerza del Espíritu, que se apoya en nuestra debilidad.
Queremos ser
signo del Reino mediante nuestra opción de minoridad social. Han de
identificarnos como grupo evangélico de vida no en función de adoptar signos
institucionalmente religiosos, sino en virtud de nuestro estilo de existencia:
voluntaria marginación social, hábitat de pobres, modo de vestir de la clase humilde,
estilo de vida precario...
¿De qué nos servirían nuestras opciones radicales si en el fondo de nuestro corazón estamos llenos de nosotros mismos, creyéndonos mejores que los demás? La minoridad la aprendemos desde la conciencia lúcida de vernos cada día pecadores ante el Señor, anonadados por la sobreabundancia de su misericordia. Aquí brota la alegría íntima de nuestra vocación y de nuestra presencia entre los hombres.