Nuestra vocación exige desapropiación
de cualquier propiedad (la casa en que vivimos, el sobrante del trabajo, la
institución benéfica o pastoral en que trabajamos...).
Es demasiado humanamente,
pero es el único modo de hacer efectiva nuestra fidelidad a la pobreza y
humildad de Jesús. Esto nos expone a la vergüenza en comparación con otras
instituciones religiosas, incluso a parecernos a nosotros mismos locura
nuestras propias opciones evangélicas. Es el momento de la prueba de la fe, el
de contemplar al Señor que se hizo pobre por nosotros en este mundo. Tengamos
confianza, que el Señor no abandona a los que confían en él, ni siquiera en sus
necesidades materiales.