Forjada en la fragua evangélica de Francisco y Clara de Asís, Isabel
abandonó las vanaglorias y ambiciones mundanas, el boato de la corte, las
comodidades, las riquezas, los vestidos lujosos... Bajó de su castillo y puso
su tienda entre los despreciados y los heridos para servirles.
Pasión por Cristo y pasión por los pobres son dos pasiones que
necesariamente van siempre juntas. ¿Pero todo eso no es una locura? Sí, es la
locura del amor, que no conoce límites, es la locura de la santidad. Y la de
Isabel es una auténtica locura. En su vida brilla con singular esplendor la supremacía
de la caridad. Su persona es un canto al amor, plasmado en el servicio y la
abnegación, volcado a sembrar el bien.